Mi Tlaquepaque
Como parte de mi viaje al pasado, a mi presente y mi futuro inmediato veo a "Mi Tlaquepaque "Como uno de los lugares que más he recorrido y que desde sus diferentes vistas, delegaciones caminos y calles más me a enamorado".
Después de vivir mis primeros años en Tepatitlan llegue a las inmediaciones de Tlaquepaque en 1980, y estos últimos 30 años estoy lígado y líado con este ciudad, este hermoso pueblo inmerso dentro de la ZMG en la ciudad de Guadalajara.
San Pedro es la cabecera del municipio de Tlaquepaque, en esencia no a dejado de ser un terruño tradicional, un pueblo magíco, sus casas antiguas, sus techos altos y sus barrios con las tradicionales crucitas le dan una personalidad única, Tlaquepaque es la tierra de la artesanía fina, de las galerías de muebles de diseño y de restaurantes de comida fussión, es como el Coyoacan tapatio, su nacimiento como pueblo indígena y luego de la conquista como sitio de veraneo de los ricos de Guadalajara le a conferido un desarrollo diferente, único. Situado en lo alto de una loma barrosa a la cual acude su significado en nahuatl, este bello lugar sigue siendo tradicional, conserva en sus vecinos y familias tradiciones añejas.
Las familias de San Pedro son emparentadas en más de una forma y aún el día de hoy tienen una preponderancia sobre la vida político cultural de la cabecera municipal, a pesar de ser parte de la ciudad, aquí, los vecinos nos saludamos, sabemos quién es hijo de quién, que hace, a que equipo de futbol le va, cuál es su partido político, en que cenaduría acude a degustar los manjares locales y hasta a cuál santo le reza, la familiaridad y consaguinidad del pueblo aún no deja de sorprenderme, todos saben cual es el portal de los Aldama, cual es el bar de los Talamantes y que a la hora de la comida hay que ir al mercado con la Güera, de las famosas Maestras Quijas y de la papelería de los González y de las nieves ráspadas de los Aguayo, de la birriería el Sope y de las casona López Portillo de la calle Independencia, del Patio y de las galerías Preciado, de doña Rosita Canela, de mi amigo Bruno el italiano misterioso enamorado de Tlaquepaque y de los Panduro artesanos místicos de Matamoros, de mis primas las Güeras González Loza casadas con los Orozco y Los González Pita, de los Lara y los Pajarito en Tateposco y los Fierros de San Martín de las Flores, de los Reyes de Santa Anita y de Hernández en las Juntas, de los Rabago del cerro del cuatro y de los Castro y de los López en las tortas ahogadas, de los Barba en la política y los doctores Prieto y Albarrán, las personas y los personajes, como los muchos hermanos González criados en la vanguardia.
Tlaquepaque es cómida, es luz y color, desde sus plazas, y jardínes, sus iglesias, el sincretismo de sus tradiciones y la diversas alturas y las honduras del municpio, desde la cúspide del cerro del 4 con sus antenas gigantes y las hondonadas en el valle de Toluquilla con las presa de las Pintas.
El territorio del municipio desde las ladrilleras humentas de Jauja a los píes del cerro del castillo en las lejanas colonias de la cofradía y Horizontes de Tlaquepaque y se alarga como una franja escurridiza hasta Santa Anita, cruzán por sus planicies lo mismo vías de tren que antiguos caminos reales y la carretera panamericana. Existen pueblos que se pierden en la inmensidad del tiempo y sus costumbres antiquisimas y precolombinas como en San Martín de las Flores de Abajo y modernos complejos habitacionales como Miravalle, mares de casas blancas en los Olivos e iglesias bellísimas en San Sebastianito y Santa Anita, Plazas de Toros en Santa María Tequepexpan y Canchas de futbol en Toluquilla, tierras agrícolas y riquísimas en la Calerilla y escuelas que van desde universidades como el ITESO a mi viejo jardín de niños en la Pila Seca.
Iglesias santas como el Santuario de la Soledad y cantinas como la más grande del mundo en el parían, tierra de artistas como Paco Padilla y huesped de galerías internacionales como la de Sergio Bustamante y la Casa Luna.
los atardeceres caminando por Independencia rumbo al poniente se matizan con colores fabulosos y placeres para el ojo y la boca desde los salchipulpos, los ezquites y las nieves en la paletería hasta las nuevas micheladas con su vista a los paseantes.
Mi Tlaquepaque tiene también sus recintos magícos como El Refugio o la casa árabe por Florida, la casona López Portillo hoy Antigua de México los cascos de algunas haciendas, casas enormes con sus corrales como los de los González en Matamoros o los Radillo con patíos selvaticos y corredores con pinturas al fresco en paredes salitrosas y salas de estar con equipales.
Tlaquepaque es colorido en sus casas, y ya entrado en sus barrios de calles angostas como el de Santa María que va dar a la plaza Juárez donde empieza la capacha junto al PRI se pinta de colores ocres por las alfareías y las fábricas de pisos de barro, lo mismo sucede la plaza llena de flores y pinole en San Martín de las Flores un tríangulo colorido con intensos pétalos rojos y tunas y pitayas multicolor, las verdes praderas de lechuga, cebolla y álfalfa en Santa Anita y las blancas torre de la milagrosa imagen de la virgen, los cielos plomizos en los amaneceres de Miravalle y el azul de los cielos en la Santibañez tan cerca del cielo y tan lejos de todo, los verdes caminos de lirio que se deslizan desde el verde hasta la presa de las pintas cruzando las liebres y la Duraznera.
Tlaquepaque se huele como a tequila en Rancho Blanco y a barro mojado en el Barrio de Santo Santiago, a mariscos y comida en los locales de San Alfonso y a metal y azufre en la zona de períferico, es sin dudar un mar de significantes y recuerdos en el aire llevados a nuestra naríz, como cuando uno pasa por la panadería de Álvaro Obregón o ve descender en las mañanas la neblina en Juan de la Barrera, Tlaquepaque se ve, se toca, se sabe, se huele, se intuye, es más que un pueblo con alma, es el alma misma del México de antaño.
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